martes, enero 19, 2010

Bootstrapping entre los lobos

(Advertencia: sigue un post largo y en gran medida aburrido)

Si bien he participado de varias discusiones blogueras relacionadas con la universidad nacional, nunca escribí específicamente sobre ese tema. Sirva entonces este post como oportunidad para decantar aquí algunas de mis ideas al respecto.

Lo qué debería ser

Para esta discusión resulta fundamental tener una visión clara de los objetivos de máxima que la universidad debería cumplir. No alcanza con afirmar que queremos que nuestras universidades sean como Harvard o Cambridge, porque tales instituciones son parte inseparable de sociedades como la de EEUU o UK, a las que -diría que por suerte- no nos pareceremos ni en el mejor de los futuros imaginables. Para identificar correctamente los problemas a corregir, es necesario construir nuestra visión de una universidad funcional, imaginar cuales son los roles que nos gustaría que cumpliera, de modo de tener un objetivo al que dirigir nuestros esfuerzos. Caso contrario, sólo nos queda patear a ciegas, con la esperanza de que alguna carambola ponga la pelota en el arco.

Desde mi punto de vista, una universidad funcional debería satisfacer los tres objetivos que hoy nuestras universidades declaman vanamente como propios, a saber: investigación, extensión y docencia.
  • La universidad debe, antes que nada, generar conocimiento científico abundante y de calidad. Con este fin, debe poder fijar sus líneas de investigación con absoluta libertad. Quien crea que los estamentos políticos del estado deben dirigir la investigación científica universitaria para "orientarla hacia las necesidades del país", está confundiendo ciencia con tecnología. Dedicada al descubrimiento de lo desconocido, la ciencia no puede ser orientada ¿cómo podríamos establecer de antemano lo que queremos descubrir? Por esta razón, es imposible para el lego establecer los objetivos de la investigación científica, por carecer de los conocimientos necesarios. El horizonte es siempre nebuloso y los investigadores son, en última instancia, quienes mejor pueden atisbarlo. Por lo tanto, la investigación científica en la universidad debería ser totalmente independiente de criterios políticos, debiendo evaluarse solamente por sus resultados. Tal evaluación debe hacerse con parámetros de excelencia, tales como publicaciones, índices de impacto, cantidad y promedio de citas, etc. Dado que no existe la investigación científica seria en el aislamiento absoluto, no debería evaluarse jamás un proyecto de investigación de acuerdo a consideraciones puramente locales, sino contrastando sus resultados con los de proyectos similares en otros países.
  • Lo que sí puede orientarse de acuerdo a las necesidades inmediatas del país es el desarrollo tecnológico, es decir la aplicación de conocimientos existentes a la resolución de problemas bien definidos. El rol de la universidad en ese contexto -llamado de extensión- debe ser doble. Por un lado, una universidad funcional debería transferir conocimiento científico a la actividad económica, y cooperar con la empresa privada en el desarrollo de nuevas tecnologías orientadas a aumentar el valor agregado. Eso involucra, además del aporte público al desarrollo tecnológico, un importante aporte privado, por lo que en este caso la selección de objetivos a cumplir podría ser compartida por la universidad y por la industria. Por otro lado, una universidad útil debería aplicar el conocimiento científico existente a la mejora de la calidad de vida de la población, mediante el establecimiento de las cuestiones de hecho que subyacen en muchos debates políticos ó en actuaciones judiciales. Es decir que debería actuar como el hemisferio izquierdo del estado en cuestiones estratégicas.
  • Finalmente, una universidad funcional debería aportar a la formación de profesionales, si bien esto no debe entenderse ni como la función principal de la universidad ni como la única: la universidad no es una institución educativa. Tal formación debe ser entendida como el aporte no solo de los conocimientos sino de los valores éticos que hacen a una persona socialmente útil: un profesional sin ética sólo puede hacer daño, algo que es evidente cuando hablamos de un médico, pero no menos cierto cuando se trata un arquitecto o de un escribano. No se trata solamente de comprender en profundidad cada uno de los conceptos técnicos subyacentes a una disciplina, sino de ser capaz de verla como algo que va mucho más allá de un mero medio para ganarse la vida, y de captar la razón misma para que exista como actividad humana. Ese tipo de profesional sólo puede encontrarse en una universidad abierta, donde absolutamente cualquiera, sin distinción alguna de condiciones previas, pueda estudiar. De otro modo correríamos el riesgo de perder el eventual aporte de individuos excepcionales sólo por cuestiones de cuna. El derecho al ingreso universitario no puede ser discutido.
Hay que resaltar que en esta visión del papel de las universidades es inevitable el compromiso. Una universidad seria es una universidad comprometida, un ente político que produce hechos políticos.

Finalmente la cuestión del financiamiento, tema que siempre surge en las discusiones sobre la universidad. Empecemos por declarar que el estado gasta millones de pesos en actividades muchísimo menos útiles, y que quienes claman por un arancelamiento universitario son en general profesionales de medio pelo que no pagaron un peso por su formación, y que buscan un modo de evitar que nuevos egresados les quiten su privilegio. Creo que una universidad funcional debe ser totalmente gratuita. A quienes insisten con lógicas de verdulería aplicadas a la educación superior, les sugiero el siguiente mecanismo: hagamos que cualquier ingresante acumule deuda con la universidad durante sus estudios, un monto fijo por año de estudio o similar. Al egresar, si decide trabajar como cuentapropista debería pagar en cómodas cuotas lo adeudado. Si en cambio trabaja en una empresa, la empresa podría ofrecerse a cubrir la deuda. Alternativamente la deuda se podría cubrir con un cierto número de años de servicio en el estado. En cualquier caso, a quien no pague se le retira la matrícula. ¡Ahh! y hagámoslo retroactivo: los profesionales que hoy están en la actividad privada y a quienes aún les queda tiempo suficiente antes de jubilarse, que empiecen a pagar lo que deben. Claro que pocos suelen aceptar esta propuesta, es notable como la lógica mercantilista se termina cuando el bolsillo que paga es el propio....

Lo qué es

Me gusta creer que alguna vez la universidad apuntó en la dirección correcta. Que los poderes establecidos la vieron venir y la aniquilaron, primero ahuyentando la inteligencia a bastonazos, y después desapareciendo a los que no se fueron. Desde la visión -muy personal- que he construido en estos años, hoy la universidad no es ni la sombra de lo que fue, ni un atisbo de lo que debería ser.
  • Si bien casi todos los docentes universitarios participan de algún "proyecto de investigación" en el marco del llamado "programa de incentivos", en la mayoría de los casos se trata de una carpeta vacía inventada como excusa para cobrar unos pesos extra, y cuya producción publicada en revistas internacionales con referato es nula. Dicho programa se inventó como un modo de estimular la investigación en la universidad post Proceso, con el equivocadísimo criterio de que es posible fomentar el interés en la ciencia con un simple aliciente monetario. Esos investigadores de trapo combaten a cualquier científico medianamente serio que pueda poner en evidencia su mediocridad. A veces enarbolan una bandera de la izquierda light europea y arremeten contra el "cientificismo", balbuceando un discurso incoherente que básicamente clama que el método científico es de derechas. Los concursos universitarios muy rara vez consideran como mérito la producción de conocimiento, y cuando lo hacen es sólo una mascarada en la que se considera equivalente publicar en Science o en Anteojito. Con excepciones contables con los dedos de una mano, hoy sólo hacen investigación en las universidades los investigadores de Conicet con lugar de trabajo allí.
  • También artificialmente estimulada, la extensión universitaria se ha transformado en el refugio de los mediocres. Hay muy pocos proyectos de extensión serios, donde los profesionales universitarios aplican su posición de privilegio en cuanto a conocimiento y recursos, para atacar un problema socialmente relevante. En la mayoría de los casos, se trata de docentes universitarios que usan parte de su tiempo en hacer tareas de trabajo social, como ayuda en las villas o en los hospitales o charlas en las escuelas, para las cuales su capacidad profesional es absolutamente irrelevante. Independientemente de lo loable que esto pueda ser, un profesional que aplique su tiempo en tareas paliativas para las cuales su formación específica es innecesaria, desperdicia el capital que el país puso en formarlo. Por otro lado, la transferencia de conocimientos al sistema privado y el desarrollo de tecnología en colaboración, es un sueño imposible en un país con una burguesía parasitaria como la nuestra, cuyo único esfuerzo creativo está puesto en inventar nuevas maneras de expoliar al estado.
  • Finalmente la docencia universitaria se comió a la universidad, que hoy se ha transformado en una especie de secundario para grandes, continuación natural del jardín de infantes, donde los estudiantes vienen a aprender y no a formarse. Conozco personas que han completado una carrera universitaria egresando sin haber adjuntado un solo detalle a la limitada visión del mundo con la que ingresaron. La idea de una universidad abierta, se travistió de la visión de la universidad inclusiva, donde son objetivos declarables el "evitar que los alumnos abandonen" y el "garantizar" que todos los ingresantes egresen con un título independientemente de lo completo de su formación. La discusiones académicas se pueblan de consideraciones sobre la "supervivencia futura del egresado", como si la función de la universidad fuera velar por el futuro de quienes estudian, en lugar de transformarlos en personas capaces de velar por el futuro de todos.
Lo qué (no) será

Personalmente soy muy pesimista respecto del futuro de las universidades. La autonomía universitaria es hoy una trampa que pone a la universidad ante la situación imposible de tener que arrastrarse afuera del pozo tirando de los cordones de sus propios zapatos. Por otro lado, la intervención externa en un contexto de avanzada mercantilista es un riesgo que, con razón, nadie está dispuesto a tomar. El problema parece irresoluble: el paciente necesita cirugía, pero rodeado como está de lobos hambrientos ¡ni loco se sometería a ella!