lunes, mayo 21, 2007

Algunas palabras sobre el aborto.

Comenté lo que sigue en un debate en un blog católico, apoyando los argumentos racionalistas del amigo Jack Celliers. El administrador decidió que la discusión se le iba de las manos y la cerró. Oscurantismo, lo llamaría yo...
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Déjeseme decir primero que los argumentos más usuales de los grupos abortistas me parecen tristísimos. El derecho de la mujer a hacer con su cuerpo lo que guste nunca puede ser superior al derecho a la vida del ser humano, y por lo tanto no la libra de la responsabilidad por sus actos sobre la vida de los demás. Es un argumento rebatible con esa facilidad. ¿Podemos entonces oponernos sin más al aborto y decir “punto”?

No lo creo. El verdadero problema es que el derecho que consideramos superior a cualquier otro, el derecho de la vida del ser humano, se topa con una barrera conceptual muy difícil de saltar: no tenemos una definición aceptada de qué es estar vivo, ni mucho menos contamos con una definición de qué cosa es un ser humano. Y ésta es, realmente, la discusión.

Desde mi punto de vista, aferrarse a las tradiciones provenientes de épocas pre-científicas, según las cuales las palabras tienen un significado binario, “si o no”, “es o no es” es completamente inconducente. Estamos acostumbrados a creer que la palabra “pato” designa algo ontológicamente diferente de la alocución “no pato”. Pero el mundo es mucho más complejo que eso. Un pato es un pato cuando vuela sobre la laguna, pero ¿sigue siéndolo cuando un cazador lo mete en su bolsa? ¿luego de horneado? ¿y de digerido? ¿cuando exactamente, en qué preciso instante, dejó de ser un pato? El mundo no es tan sencillo. Es mucho más complejo que la descripción que nuestras palabras pueden hacer de él. Lo único que es apropiado decir es que algunas propiedades que consideramos características de un pato persisten sólo hasta el tiro de escopeta, mientras que otras (el material genético, tan caro a esta discusión) aún duran en el estómago del comensal.

Sin voluntad de escandalizar con la comparación, permítanme extender la observación al caso de la definición de un ser humano. Algunas características intrínsecamente humanas están presentes en cualquier célula, otras sólo en el espermatozoide y en el óvulo, algunas exclusivamente en el cigoto, y unas pocas son privativas de un feto desarrollado. ¿Cuál de esas características es la queremos proteger cuando hablamos del derecho a la vida? No digamos “todas” porque eso es simplemente imposible. ¿Cual?

Y aquí entran las opiniones. Es la mía (y no tan mia) que la característica definitoria de un ser humano es su consciencia. Por lo tanto, cuando hablamos de proteger la vida queremos decir proteger cualquier entidad consciente. En particular, es consciente un feto cuyo neocortex se halle desarrollado y no lo es ni un cigoto ni un espermatozoide. Por lo tanto la prohibición al aborto debería aparecer a partir del desarrollo del neocortex (creo que son aproximadamente unos tres meses).

Por consistencia, cualquier definición debería extenderse a cualquier entidad cuyo neocortex sea comparable al de un feto de tres meses. Por ejemplo los cetáceos y los grandes simios. Y también por consistencia, deberíamos olvidar alaridos escandalizados hablando de salvar la vida de un cigoto “desde el momento mismo de la concepción”.

Se critica todo límite diferente del de la concepción por artificial. Deberíamos darnos cuenta de que no existe otro tipo de límite que el artficial, en el sentido de aquel que es decidido por el hombre y no por la naturaleza, la cual no nos da límites tan claros. Porque cuando decidimos qué es humano y qué no lo es, estamos simplemente definiendo una palabra, que es el más artificial de los objetos.
El antiabortista prefiere llamar humano a todos los estadíos del óvulo después de fecundado. De acuerdo, pero debe entender que esa es sólo su definición. Para que su definición sea aceptada por todos los demás, incluyendo por aquéllos que no somos religiosos, debe fundamentarla de un modo que podamos compartir. Intuyo que el fundamento de muchos católicos es que dios pone el alma en el cigoto en el mismísimo momento en el que el espermatozoide entra en el ovulo. Ese podría ser un argumento atendible si yo creyera en dios, pero como no creo, para convencerme de su validez mi interlocutor debe darme razones que yo pueda comprobar por mi mismo. Es decir debe usar el método científico.

Y aquí está el problema. Cuando empezamos a intentar fundamentar científicamente esa definición de humano caemos en un remolino infinito de discusiones y peros, en especial porque el argumento de la “potencialidad” de un feto es un argumento algo débil.
El mundo es mucho mas complicado que lo que nuestras palabras pueden decir de él. No soy creyente, pero si lo fuera no podría menos que considerar falto de fé a quién no viera en eso la grandeza de dios. A mi me alcanza con verlo como un ejemplo más de cuanto supera la naturaleza a esa pequeña parte de ella que llamamos nuestro cerebro.

miércoles, mayo 16, 2007

"Mobbing" o acoso moral

Cuando cayó en mis manos la primera descripción del fenómeno, creo que en una de las malas versiones divulgativas a las que nos tienen acostumbrados los diarios, quedé pasmado. Acostumbrado al tratamiento superficial y vago que es usual en tales artículos, me disponía a dejarlo rápidamente de lado, más por referirse a una disciplina que me es completamente ajena, y sobre la que tengo enormes prejuicios y peores juicios: el de la sociología de las organizaciones.

Pero luego de la lectura diagonal del primer párrafo, mi mandíbula golpeó sonoramente la mesa: allí estaba descripta, con la precisión del relato de un testigo presencial, la situación que sufrí durante varios años, que me arruinó la salud y a punto estuvo de arruinarme la carrera. Hasta el más ínfimo detalle ajustaba perfectamente. Una lectura más profunda y una exhaustiva investigación en Internet confirmaron la primera impresión: no se trataba de una mera coincidencia, lo que yo había vivido es una situación común en cierto tipo de organizaciones y se lo considera un serio problema, ya bien estudiado y caracterizado: el “mobbing” o “acoso moral”.

Si bien al momento de este descubrimiento ya había logrado escapar de esa situación enfermiza, el hecho de saber que yo no era el único, que no hice nada para merecerlo y que nunca estuvo en mis manos evitarlo, me alivió profundamente. Lo comparto aquí con la idea de que pueda ser útil para alguien.
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­­­­Mobbing proviene del verbo to mob, cuya traducción literal podría ser: atropellar, molestar, acosar, maltratar, linchar, etc. El etólogo Konrad Lorenz, que lo utilizó al estudiar las conductas de supervivencia de algunas especies animales, y posteriormente, Heinz Leymann lo aplicó al ámbito laboral, definiéndolo como aquella situación en la que una persona o grupo de personas ejercen una violencia psicológica extrema, de forma sistemática (al menos, una vez por semana) y recurrente (como mínimo de seis meses), sobre otra persona o personas en el lugar de trabajo con la finalidad de:

• destruir el entramado de comunicación de la víctima o víctimas,

• destruir su reputación,

• perturbar el ejercicio de sus labores,

• y lograr que finalmente esa persona o personas acaben abandonando el lugar de trabajo.

Entre algunas de las características más destacables de las conductas del mobbing, destacan las siguientes:

• La intencionalidad, puesto que no se trata de una situación accidental, producto del estrés generado en el ambiente de trabajo, sino que nace con la evidente intención de dañar.

• La repetición, dado que sólo de esta manera se consigue minar la resistencia psicológica y física del acosado.

• La persistencia en el tiempo, ya que no se trata de sucesos ocasionales que se produzcan ante determinadas situaciones coyunturales, sino como consecuencia de un proceso que sólo finalizará en el momento en el que se consiga la destrucción psicológica de la víctima.

• La asimetría, «no hace daño quien quiere sino quien puede», habitualmente se emplean posiciones jerárquicamente más altas.

• El objetivo final es la destrucción psicológica del acosado, y el abandono «voluntario» de la organización por parte de éste.

Leymann lo describe como «un proceso de destrucción que se compone de una serie de actuaciones hostiles que aisladamente podrían verse como anodinas, pero que al ser constantes tienen efectos perniciosos». Con esta definición se podrían descartar los incidentes leves, propios de la conflictividad cotidiana de las organizaciones modernas.
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Depende como ande de mi fiaca crónica, tal vez pegue algo más sobre el tema en algún futuro post. Para los interesados, encontré un muy buen resúmen aquí.